jueves, 6 de diciembre de 2012

La suerte

Desde que pisé suelo tanzano, quizá la frase que más eco ha hecho en mi cabeza sea "qué suerte tengo de..."

Qué suerte tengo de haberme cruzado con personas especiales que llenan los días de sonrisas, de locuras, de buenos consejos, de enseñanzas, de puntos de vista diferentes...

Qué suerte tengo vivir en Same, de salir a la calle y escuchar a mis vecinitos diciendo "Silivía, Silivía, Silivía, may I come in?".


Qué suerte tengo de mirar hacia arriba por la noche y poder ver miles y miles de estrellas (algo bueno tiene que tener que no haya farolas en la calle).

Qué suerte tengo de salir de trabajar y poder ir a la montaña a ver el atardecer: el sol, el Kilimanjaro a lo lejos, y buena compañía.


Y podría seguir ennumerando las miles de "suertes" que vivo cada día, pero he decidido centrarme en una: "qué suerte tengo de poder sorprenderme con las cosas que veo".

Hace unas semanas estuve de safari en el parque de Taranguire. Os dejo una foto del coche en el que fuimos para que constateis que es exactamente como creíais:


Es difícil describir la sensación de ir en el coche con el techo abierto, sentir el aire en la cara, y mirar alrededor y ver estos colores:


O estos otros:
Sólo por estos paisajes ya merece la pena ir, pero además ¡hay animales! Cebras, facóceros (que son los Pumba de El Rey León), gacelas, antílopes, jirafas, hienas, chacales, avestruces, monos, algún león muy a lo lejos, y elefantes. Si tuviera que resumir el safari en una palabra sería esa: elefantes. Cientos, por todas partes, hasta donde llegara tu vista, elefantes. Grandes, pequeños, bebés... Elefantes. Tan cerca del coche que quizá si hubieramos estirado el brazo... Animales increíbles, enormes, imponentes (y también arrugados, eso hay que reconocerlo).
 
Para los curiosos, elefante en swahili es tembo, y para que os hagais una idea de lo cerca que estábamos, os dejo una foto (¡¡hecha sin zoom y con el móvil!!) de un tembo jovencito:
 
 
Voy a contaros un par de historias curiosas (por llamarlo de algún modo) que nos pasaron en el parque. Entramos un sábado y teníamos la salida el domingo, así que estaba previsto dormir dentro del parque, en un campsite que tienen allí montado con mesitas, baños, etc. Las tiendas de campaña las llevábamos nosotros, y cuando llegamos por la tarde las montamos en donde nos pareció oportuno, cerca de las instalaciones. Se hizo de noche, cenamos, y cuando nos sentamos un rato a charlar empezamos a escuchar ruidos a nuestro alrededor. Inquietante, ¿no? pues aún más inquietante fue alumbrar con la linterna y ver la luz reflejada en decenas de ojillos que nos miraban fíjamente... Finalmente nos fuimos a dormir, y cuando se hizo el silencio, se oían claramente alrededor de la tienda pasitos y respiraciones de animales pequeños (¿hienas? ¿gacelas?quién sabe). Los animales no duermen a las mismas horas que nosotros, y lo más importante, no entienden de "zonas de acampada"...
 
Pero no queda aquí la cosa. Decidimos levantarnos muy temprano para ver amanecer. Cuando salimos de las tiendas de campaña aun era de noche, y todos estábamos muy atareados recogiendo, cuando empezó a clarear y alguien dijo: "oye, eso que hay ahí no son....?". Si, eran. Tres elefantes comiéndose la corteza de un baobab a menos de 10 metros de nosotros. Lo curioso que el miedo y la impresión se diluian ante la magia de la escena: el amanecer, los perfiles de los animales definiéndose cada vez más, el sonido de la naturaleza...
 
En fin, una vez más me descubro pensando "qué suerte tengo de...", y aprovecho para dejaros una frase que llegó a mis manos hace poco, y que me dió que pensar.
 
"Yo creo bastante en la suerte.
Y he constatado que,
cuanto más duro trabajo,
más suerte tengo".
Thomas Jefferson
 

jueves, 15 de noviembre de 2012

Donde caben dos, caben tres

Hoy he echado números y la realidad se me ha pegado al cuerpo como una tela mojada en un día de lluvia: ya he pasado el ecuador de mi tiempo en Tanzania, me quedan menos días aquí de los que dejo atrás, poco más de un mes para volver a casa y tantas cosas por hacer, por sentir, por vivir…


Pero también me he dado cuenta de que, llegados a este punto, me he acostumbrado a muchas cosas del contexto que hace tan sólo unas semanas me dejaban ojiplática, situaciones que antes me parecían increíbles y que ahora forman parte del día a día. Un ejemplo claro es el “donde caben dos caben tres”, que alcanza su máxima expresión en los medios de transporte. Ejemplos, los que queráis.
 

El otro día estábamos en la oficina y llegó la hora de comer. Hay gente que va a casa, pero algunos comemos habitualmente en un restaurante -por llamarlo de alguna manera- que está en el Mjini, centro ciudad, y al que vamos en coche (35ºC y paseo post-comida no es buena idea). Generalmente vamos con el coche del trabajo, pero hay días que no está disponible y llamamos a nuestro querido Kisela, un taxista muy majete. Ese día en particular íbamos tres, pero cuando estábamos montando en el taxi dos personas más decidieron que venían. Si, haced la suma: 3 + 2 + conductor = 6 personas. Y además no estamos hablando de 6 quinceañeros que se van de excursión: uno de los que venía era un señor trabajador del Distrito de Same, con sus pantalones de pinzas y su camisa elegante. ¿Os imagináis a un señor importante del Ayuntamiento de Madrid metiéndose en la parte de atrás de un taxi con otras tres personas? Me entra la risa sólo de pensarlo, pero aquí es la manera: ¿vamos a llamar a otro taxi por una persona? Nos apretamos un poco y tirando, que son 10 minutos.


Otro ejemplo claro son las piki-piki (motos): si sólo van dos personas, se está desaprovechando espacio, y eso es así. ¿No he dicho ya que “donde caben dos…”?
 

Los autobuses merecen párrafo a parte. Hay muchas empresas distintas, y como tal, muchos autobuses diferentes, unos menos nuevos, otros más viejos… Pero en general comparten una cosa: la decoración. ¿Decoración en un autobús? Pues si, ¡y qué decoración! Por fuera podrían hacer un concurso de cuál tiene más colores y más estridentes, por dentro he visto guirnaldas de flores de plástico en la luna delantera, fotos de familia, e incluso un balón de fútbol colgando del retrovisor…  
 

Pero volviendo al tema: el número de personas que viajan en un autobús tanzano no tiene por qué coincidir con el número de asientos que tenga ese autobús, e incluso ¡hay asientos sorpresa! El otro día volviendo de Moshi monté en un autobús y no había asientos libres. O al menos eso creía yo, cuando de pronto el “revisor” abrió un maletero y sacó unos cuantos taburetes que encajaban perfectamente en los huecos entre asientos del pasillo. Para que os hagáis una idea, todas las filas quedaban como la última fila de cualquier autobús, así que tú pasabas, te sentabas en el taburete y el señor colocaba otro delante, se sentaba otra persona, etc. ¿Y qué pasó cuando se acabaron los taburetes (más o menos a la mitad del autobús) y aun quedaba gente por subir? Pues nada, pole pole (tranquilamente), esa gente puede ir de pie. Hablamos de una hora y media de trayecto, de mujeres y hombres mayores, de gente joven, de niños pequeños… Ninguno se extraña, ninguno se queja, y de hecho hablan entre ellos, se preguntan por el día aunque no se conozcan, y entonces el conductor pone música animada, arranca y ahí vamos, como sardinas en lata en la normalidad de un autobús. Y cuando ya estamos en carretera llega el momento de pagar el billete, pero claro, entre la gente que va de pie en el pasillo y los que va en los taburetes, el “revisor” no puede pasar. Ningún problema. “Ahí va lo mío”-dinero pasando de mano en mano hacia delante- “muy bien, gracias, ahí va la vuelta”- dinero pasando de mano en mano hacia atrás. En realidad las cosas son sencillas, pero las personas a veces nos empeñamos en complicarlas.
 

Pero sin duda alguna, el ejemplo que más me impresiona en lo que a transporte se refiere, son los dala-dala. Son el equivalente a autobús de línea, pero con menos de la mitad de espacio y más de la mitad de gente. En realidad es más gráfico decir que es como el coche de los payasos: no puedes saber cuánta gente hay dentro, salen y salen y salen y todavía está lleno. Os dejo una foto que he encontrado en internet para que os hagáis una idea del tamaño:

 
 

Cuando te abren la puerta para que subas estás seguro de que no vas a caber. Pero entonces se aprietan un poco y no sólo es que quepas, es que además te sientas. Eso sí, en lo que sería un asiento ya van dos personas y tú eres la tercera. Al rato para otra vez y se suben cinco más. La señora de al lado te sienta al niño encima, el señor de detrás, que ya va de pie y agachado te apoya el codo el la cabeza y entonces ya no te cabe duda de que no hay espacio para más. Pero te equivocas, porque en la siguiente parada se bajan dos y se suben cuatro. Y de pronto miras a tu derecha y ya no ves al amigo que está sentado a tu lado, porque hay demasiada gente. Y vuelves a pensar: ahora sí que sí, estamos todos. ¡Qué te lo has creído! Veamos…Si no cerramos la puerta aun pueden ir los que recogen el dinero agarrados por fuera… Un día conté 35 personas (y no podía ver la parte de atrás, seguramente fueran más). Y por si fuera poco, el mecanismo de pago es el mismo que el del autobús: dinero va, dinero viene… Ver para creer.

 
Y sin embargo, lo que más me sorprende no es la densidad de persona por metro cuadrado de medio de transporte, sino la tranquilidad con la que se lo toma la gente. En España, si te pasas un centímetro al asiento de al lado en un autobús seguramente la persona que va ahí sentada resople. En Tanzania, si hay un asiento ocupado y tú vas de pie, seguramente la persona que va sentada te sonría a la vez que se mueve para dejarte un poco de hueco.

 
Y es que así son las cosas, y cuando hay necesidad “donde caben dos, caben tres”, y también cuatro y cinco.

viernes, 2 de noviembre de 2012

"Miles han vivido sin amor, ninguno sin agua"


“Miles han vivido sin amor, ninguno sin agua”. Con esta frase cierra W.H. Auden su poema Lo primero es lo primero, pero yo quiero usarla como principio de una entrada en la que me vais a permitir que me ponga un poco seria.

Empecemos con unos datos sacados del manual Sphere para actuación en emergencias, en el que se recogen una serie de pautas mínimas indispensables para garantizar el derecho a vivir con dignidad de las personas afectadas por un desastre:

-         El consumo promedio de agua para beber, cocinar y para la higiene personal debe ser de al menos 15 litros por persona y por día en cualquier hogar.

-         La máxima distancia desde cualquier casa hasta un punto de distribución de agua son 500m.

-         El tiempo de cola en cualquier punto de suministro de agua no debe superar los 15 minutos.

-         Llenar un contenedor de 20 l de capacidad no debe suponer más de 3 minutos.

Sin una referencia pueden parecer sólo cifras sin importancia, pero ¿qué pensáis cuando os digo que el consumo por persona y día en España es de 144 litros? Casi 10 veces más del mínimo con el que viven algunos. ¿Sabíais que la cisterna del baño tiene una capacidad de 6 litros? Con ese mínimo no podríamos tirar de la cadena ni siquiera 3 veces al día. Voy más allá: la próxima vez que os duchéis, poned el tapón y observad hasta dónde se llena la bañera. Las bañeras de nuestras casas tienen una capacidad aproximada de 200 litros. 

“La máxima distancia desde cualquier casa hasta un punto de distribución de agua son 500 m”. Bueno, medio kilómetro, no es tanto. ¿Podéis imaginar tener que ir todos los días a medio kilómetro a buscar agua y recorrer el camino de vuelta cargados con un bidón de 20 kilos? Todos los días incluye ese en el que te levantas cansado, ese en el que miras por la ventana y llueve, el día que amaneces enfermo... Y no sólo tienes que ir hasta el grifo a medio kilómetro, sino que además tienes que esperar a que otra gente llene sus bidones antes que tú. ¿Podéis imaginarlo de verdad? Muchas mujeres y niños lo hacen varias veces al día. 

Y es que a veces veo cosas que no me gusta ver, y me tengo que poner seria obligatoriamente, por que aunque Tanzania tenga el cielo más bonito que he visto nunca, las cosas en el suelo no siempre son fáciles. No se trata de una emergencia, por suerte, y por eso los mínimos no son tan justos y el acceso a un punto de distribución no  está tan difícil, pero aun así la mayor parte de la gente no tiene un grifo en su casa, y cada día coge su bidón y busca agua donde puede.

Como sabéis, el proyecto que he venido a hacer aquí tiene que ver precisamente con calidad de agua. La semana pasada fui por primera vez a terreno a tomar muestras en los sistemas de abastecimiento que están construidos (o en proceso) en Maore y Kihurio. Me acompañaron Bulalu y Bidy, dos compañeros de ISF Same, y recorrimos ambos sistemas realizando análisis básicos en los distintos puntos: ph, turbidez y coliformes fecales (que son unas bacterias que viven en el agua y causan un número muy elevado de enfermedades).  

Ambos sistemas funcionan por gravedad y siguen la misma pauta: se construye una especie de presa en un río que baja de la montaña (captación). Por la acción de la gravedad el agua baja por una tubería principal que se bifurca en otras más pequeñas, que a su vez alimentan unos tanques de almacenamiento. Desde éstos se distribuye el agua a los diferentes grifos públicos en cada pequeño pueblo. Simple, ¿verdad? Y ¿problemas? Muchos.
 
 

El primero en la propia captación. El agua que baja de la montaña no está limpia del todo, porque allí vive gente que se baña en el río, que da de beber a sus animales, que cultiva en las orillas, etc. Todas estas actividades contaminan el agua que más tarde llega a los grifos.

Por otra parte, las tuberías son muy largas y soportan presiones elevadas, lo que se traduce en fugas en algunos puntos. Se arreglan cuando se detectan, pero en ocasiones pasan días perdiendo agua, y aunque no sea una gran cantidad en comparación con la que transportan, la humedad que se genera en el terreno hace que las tuberías se corroan, debilitándose más todavía.

Los grifos no siempre están activos, hay unos horarios de recogida de agua en cada uno. Esto es así porque cada tanque suministra agua a diferentes grifos y si todos están abiertos al mismo tiempo el hilo de agua es menor, sale con menos presión, y un largo etcétera de problemas técnicos. En los pueblos que no tienen cerca el río este handicap horario se asume puesto que es mejor ir al grifo “al lado de casa” que caminar kilómetros hasta el cauce. Sin embargo en las zonas próximas al río el asunto se complica, y en cierto modo es comprensible: si llevas toda tu vida cogiendo agua directamente del río sin horario, ¿Por qué ahora vas a ir a un grifo a por ella sólo de 9 a 10 de la mañana? Y si además el río está más cerca de tu casa, ¿para qué te vale el grifo? Aunque he dicho antes que el agua de la captación no estaba completamente limpia, seguro que tiene menos contaminación que el agua que recoges de un río cuando ha bajado toda la montaña y atravesado unos cuantos pueblos. Tú lo entiendes, yo también. La señora de 60 años que tiene que decidir entre andar medio kilómetro o 50 metros y que además veía a su madre beber de la orilla quizá no lo tenga tan claro.

En los dos días que pasé en terreno vi muchas cosas, pero quizá lo que más me impactó fue ver a una mujer recogiendo agua del río a su paso por Maore. Aun no ha empezado la época de lluvias y gran parte del agua del río se desvía desde las montañas para cultivos. El resultado es que a Maore, que está en el valle, no llega casi nada de agua. El cauce del río es prácticamente un lodazal en el que se distinguen algunos charcos, y sí, el agua que recogía esta mujer era la de uno de esos charcos. Puedes poner los medios al servicio de las personas, pero las personas tienen que querer usar esos medios.

Como no quiero acabar con esta imagen tan triste, me he guardado una historia para el final. Ya os he dicho que compartí la experiencia con dos compañeros, que se portaron estupendamente conmigo, explicándome pacientemente todas mis dudas acerca de los sistemas y colaborando conmigo en la toma de muestras y realización de los análisis. Bidy incluso bajó al interior de un tanque a por agua por una escalerilla que daba miedo tocar. Podéis imaginar la curiosidad que despertábamos en la gente de los pueblos: dos tanzanos y una musungu con un montón de aparatos extraños y  botes que cambian de color al llenarse de agua, subiéndose a los tanques y pidiendo que les dejaran coger una muestra de los grifos. Como era un espectáculo digno de ver, nadie quería perdérselo, y aquí os dejo el resultado:
 

miércoles, 24 de octubre de 2012

Retales de semana

Aquí estoy otra vez, una semana después. A veces no es tan fácil actualizar, no creáis: no hay tiempo, no hay inspiración o ¡no hay Internet suficiente! Pero hoy, que confluyen los tres factores, voy a contaros un poco de todo, unas pinceladas de estos días que ya quedan atrás y que pasan más rápido de lo que me gustaría.  

Voy a empezar por el trabajo, que es lo que he venido a hacer aquí al fin y al cabo, aunque en mis actualizaciones me pierda en los momentos ociosos. Como normalmente trabajo en la oficina, no hay mucho que contar, entre documentos y hojas de cálculo no suelen surgir historias apasionantes, pero la semana pasada fui por primera vez a terreno. El sitio donde vivo (y trabajo habitualmente) se llama Same, pero los sistemas de abastecimiento de agua del programa en el que se incluye mi proyecto no están aquí, sino a una horita en coche (en jeep, por supuesto), en dos sitios: Kihurio y Maore. 

En Maore está la oficina de la contraparte que trabaja con ISF, así que cuando vamos allí, también tenemos un sitio dónde apalancar los ordenadores para trabajar. Y eso fue lo que hice en terreno, finalmente: trabajar en la oficina, pero en otro lugar, porque tuvimos un pequeño problema de logística que hizo imposible que fuera a los puntos de agua a recoger muestras (vuelvo esta semana). Aun así aproveché el viaje para comprobar el material de hacer análisis, para conocer a la contraparte y -esto os va a parecer más entretenido-¡¡ para desayunar con un mono al lado!!  Y es que el hotel en el que nos quedamos cuando vamos allí es un poco de película... Me reafirmo en la teoría de que una imagen vale más que mil palabras y os dejo la foto:
 


Efectivamente, estáis viendo bien: ¡es un elefante! Y allí, por la mañana, mientras me tomaba el chai (té) y los mandasi (un tipo de bollito), un mono bajó de su árbol y se acercó hasta quedarse a mi lado, mirando fijamente la comida.



Cambiando de tema (y volviendo al ocio), este fin de semana ha sido muy especial. El viernes estaban por aquí unos amigos de Bego, así que cenamos todos juntos. Dos de nuestros vecinitos se apuntaron al plan: Cristina y Ben. Son hermanos, ella tiene 6 años y él 13, y la verdad es que pasamos un rato muy entretenido con ellos. Les dejamos las cámaras digitales y anduvieron investigando y haciéndonos fotos. No podemos decir que tengamos un reportaje maravilloso, pero es muy bonito ver cómo ven ellos la vida a través de un objetivo. Distintas percepciones, distintas imágenes.

Ésta es Cristina, ¡me tiene loca! Siempre que me ve me llena de besos, un regalo de Tanzania.
 
 

Cuando se fueron los peques la cena derivó en música, y la música en baile, y pasamos una noche muy extraña y divertida que me guardo en el cajón del recuerdo.  

El sábado tuvimos un día muy tranquilo, descansando en casa la mayor parte del tiempo. Volvieron Ben y Cristina, y se sumó Ana, y el día acabó con un paseo todos juntos para ver la puesta de sol. A veces los momentos más felices se esconden en los días más normales. 

Y por fin ha llegado el momento de que os hable de Ana, bibi e Isabel. Son tres personas maravillosas que me han presentado aquí. Viven juntas en una casita en mi barrio, Mayengo, y se hacen querer. Bibi tiene unos 60 años, pero se conserva como una jovenzuela. Siempre está sonriendo, y aunque no habla inglés (por lo que comunicarse es un poco difícil), se hace entender. Isabel tiene más o menos mi edad, y se preocupa mucho por nosotros, nos cuida y nos hace la vida en Same más agradable. Ana es un cascabelillo. Tiene 11 años y habla inglés bastante mejor que yo. Inteligente como la que más, es una de mis mejores profesoras de swahili. También es muy cariñosa y dulce, y su risa se contagia con facilidad.  

Ana dice que de mayor quiere ser Gerente de los Parques Nacionales, pero nunca había estado en ninguno, así que decidimos proponerles a las tres un domingo de safari. Y así, fue. Ellas tres, Roberto, Bego, yo y nuestro “driver” en el jeep camino a Mkomazi, un Parque Nacional pequeñito que está muy cerca de Same. Vimos jirafas, cebras, diggi-diggi (los antílopes más pequeños de Tanzania), ciervos de agua (o así los llaman) y un sinfín de pájaros. Nos faltaron los elefantes y los leones, pero no se puede tener todo. ¡Mis primeros bichejos africanos, sin contar los monos! A vosotros os dejo la foto de las jirafas, pero en mi mente se queda la imagen imborrable de la carita de emoción de Ana la primera vez que las vió.

 

miércoles, 17 de octubre de 2012

Desde la capital


Este fin de semana he conocido la capital, Dar es Salaam. El nuevo embajador de España en Tanzania organizaba una recepción en su residencia el viernes por la noche y nos invitaron a asistir. Qué importante suena, ¿verdad?

El viaje Same- Dar es Salaam es bastante largo, unas 8 horas aproximadamente. Reservamos los billetes con antelación para coincidir en el autobús con más expatriados que venían de Moshi y Arusha, pero aquí lo de las reservas funciona de una manera peculiar: alguien conoce a alguien que te reserva el billete, así que tú pagas por adelantado, pero nadie te da ningún papel que asegure que ya has pagado. Y entonces, ¿cómo estás seguro de que vas a tener billete? Pues te fias, porque no te queda más remedio, así funcionan aquí las cosas, y funcionan, que es lo más curioso. 

Llegamos a la estación una hora antes de la salida prevista, porque aquí lo de las horas también tiene su miga, y las 8 en punto pueden fácilmente convertirse en las 9, o no, según el día. Mientras esperaba sentada en un banco pude ver cuánta gente se dedica a vender cosas a la gente de los autobuses que atraviesan la estación: agua, soda, chupachús, anacardos, mazorcas de maíz, sacos de naranjas o cebollas, cocos… Y especifico “autobuses que atraviesan”, porque incluso aunque no lleguen a parar, estos vendedores ambulantes corren con sus cajas de cartón en la cabeza a la caza de algún cliente que saque la mano por la ventanilla del autobús agitando un billete.

El viaje me impresionó. Mi idea originaria era dormir la mayor parte del trayecto, pero cambié rápidamente de opinión cuando me di cuenta de los paisajes que íbamos atravesando. En 10 minutos puedes cambiar de tierra roja a palmeras verdes, e incluso las vistas de ambos lados de la carretera son distintas en algunos tramos. Hay muchas aldeas pequeñas al pie de la carretera, y la gente está allí, trabajando al sol, lavando la ropa, descansando bajo un árbol o haciendo la comida a la puerta de unas casas pequeñas con tejados de paja. Me faltaba por lo menos otro par de ojos para asimilar tanta información. (Siiii, al final también dormí, que ¡¡8 horas es mucho tiempo!!)

El hotel en el que nos quedamos era bastante apañado, y la fiesta por la noche fue muy divertida. Os dejo una foto, vestido africano incluido, prestado por Bego para la ocasión:
 
 

La noche acabó temprano, pero temprano por la mañana, viendo amanecer desde la terraza del hotel. Bailé como hacía mucho y me reí todo lo que quise : )

Aprovechando que Dar es Salaam está en la costa, al día siguiente decidimos darnos un bañito. Para llegar cogimos un bayayi ( o tuc-tuc, a elección), que viene a ser una moto de tres ruedas pero tapada. Una imagen vale más que mil palabras, así que os dejo una, ¡el verde!
 

El conductor era un personaje, y llevaba un equipo de sonido alucinante y la música a todo trapo, así que fuimos bailando dentro, como no podía ser de otra manera. Nos llevó hasta el ferry, y aunque habíamos acordado con él todo el día, nos tuvimos que bajar para entrar por distinto sitio. El ferry también fue una experiencia. Muchísima gente a la vez corriendo al mismo barco. Y para más añadidos, una cabra se cayó al agua y un hombre acabó nadando a por ella y llevándola a la orilla ¡una cabra!

Una foto más, los colores de África cruzando el mar:
 



Y finalmente llegamos a la playa paradisiaca, alucinante, arena blanca y agua cristalina, azul cielo y azul mar, rodeado de vegetación. No quiero daros envidia, pero lo tengo que hacer: ¡¡¡¡¡qué buena estaba el agua!!!!!


Por la noche nos reunimos de nuevo con los españoles que quedaban en la capital, y a la mañana siguiente vuelta a Same, ésta vez durmiendo casi todo el camino.  Nos vino a recoger Isabel, una chica tanzana que me han presentado aquí y que es encantadora. Vive con la bibi y con Ana, una niña dulce por definición, pero de ellas os hablaré otro día, merecen capítulo a parte.
 

miércoles, 10 de octubre de 2012

Imaginación sin límites


Una de las cosas más especiales de vivir aquí es que cada mañana puedo jugar a imaginar qué pasará en las horas venideras, sabiendo de antemano que es imposible acertar. Pero hay días que son demasiado, incluso para mi imaginación. Uno de esos días fue el sábado pasado.
 

El día empezó con un zumo de sandía y unas tostadas con tomate en el patio de Bego: buena conversación, airecito matutino, frutas y verduras con sabor a frutas y verduras, y un plan para más tarde: ir a la casa de Tumaeni (¿se escribirá así?) a conocer a su familia. Aquí las casas de los expatriados tienen vigilantes las 24 horas, y Tumaeni es uno de los vigilantes de Médicos del Mundo. Ya os había contando que aquí la gente es muy amable, y también muy hospitalaria ¡de hecho es bastante normal ir dando un paseo por el barrio y que alguna vecina te invite a entrar a tomar chai (té) y a ver su casa!  
 

Tumaeni vive en una especie de barrio/pueblo que consiste en diez o doce casas desperdigadas por un llano. Son casas muy pequeñas, hechas con ladrillos de adobe y no tienen suelo propiamente dicho, están construidas sobre la tierra. Tampoco tienen electricidad ni agua corriente, y nos contaba que ese era uno de sus principales problemas. Nada más llegar conocimos a su mujer y alguna de sus hijas (tiene cinco), que nos miraban con mucha curiosidad y nos saludaban con una mezcla de susto y risa muy peculiar. Nos llevó a conocer a la bibi (la abuela) y a ver las casas de sus hermanos, y por el camino nos íbamos cruzando con cabras, gallinas, pollitos, perros… Los animales en esas zonas viven a sus anchas, comiendo lo que encuentran, y las gallinas incluso entran en las casas a picotear lo que hay por el suelo, ya que normalmente las puertas están abiertas para aprovechar la luz del sol. Finalmente nos invitaron a comer arroz con alubias y pollo, muy bueno,  pero nos pusieron muchísima cantidad y no sabíamos muy bien como decir que no queríamos más sin ofenderles (sobre todo porque no entienden inglés, y explicar algo en swahili aún no está a mi alcance). Toda una experiencia, y  por si fuera poco, como éramos “las nuevas” y además mzungu, la gente de las otras casas se iba acercando a saludarnos y se quedaban allí viendo como comíamos… La verdad es que nos reímos un montón. Hemos quedado en volver algún día y llevar la cámara de fotos, que esta vez estaba en casa :)
 
 
Cuando volvimos a Same nos estaban esperando David y Santiago, dos españoles que también trabajan para ISF y que estaban aquí por unos días para la identificación de la que os hablé en la anterior entrada. Habíamos decido ir a Emuguri, un poblado masai que está aproximadamente a 10 km de aquí. Como no teníamos muy claro como ir a partir de un punto, paramos a preguntar a dos chavalillos en la carretera, y uno de ellos dijo “ah! ¿puedo ir con vosotros y acompañaros?”. Si, eso también es normal aquí, así que se montó en el coche y nos fuimos los cinco camino al poblado.
 

Cuando estábamos llegando nos encontramos con el jefe y alguno de los hombres del pueblo en el camino. Como íbamos con el coche de la oficina e ISF ha desarrollado programa de aguas en esa zona también, nos recibieron muy amablemente y nos llevaron a ver la fuente de la que recogen agua. Después nos acompañaron hasta el pueblo, y ¡el camino estaba repleto de baobabs! Son unos árboles impresionantes, enormes y llenos de energía. Os dejo una foto que le hice a nuestro nuevo amigo para que os hagais una idea del tamaño:
 
 
“Cuenta la leyenda que el baobab era un árbol muy verde y frondoso, pero también muy vanidoso. Pasaba las horas cuidando sus hojas y se sentía muy orgulloso de su enorme copa extendiéndose varios metros alrededor de su base. Cuidaba sus flores y escondía sus frutos para que nadie sintiera ni siquiera la tentación de arrancarlos. Un día, un pajarito se posó en una de sus ramas. El baobab se inquietó mucho, porque el pájaro estaba sucio y con las plumas hechas un desastre, y él no podía permitirse que el polvo cayera sobre sus hermosas hojas, así que le gritó para que se fuera. El pajarillo le suplicó que le dejara descansar, llevaba muchas horas volando y estaba cansado, pero el baobab agitó furioso sus ramas hasta que el animal echó a volar asustado. Pero el baobab pagó cara su crueldad, ya que el pájaro había sido enviado por los dioses para ponerle a prueba. Así, fue condenado para toda la eternidad a enterrar su frondosa copa en el suelo y dejar expuestas sus raíces, que es lo único que ahora vemos.”

Cuando llegamos al poblado masai un montón de niños vinieron corriendo a vernos y agachaban la cabeza diciendo “shikamoo” (un saludo respetuoso a la gente que es más mayor que tú) para que les tocáramos la cabeza.  Aquí todo el mundo tiene el pelo corto, así que los niños alucinan con el pelo largo. Nos soltamos la coleta para que pudieran tocarlo (les encanta) y se escuchó un “ooooh” general… Fue muy gracioso. Seguimos avanzando hacia las casas con todos los niños jugando al lado, tocándonos y riéndose, y llegamos hasta donde estaban las mujeres. Sacamos las cámaras de fotos y todos quería ver la pantalla, así que yo decidí dejarle la mía a una mujer para que hiciera una foto, y al final la cámara acabó en manos del jefe, que iba tirando fotos a diestro y siniestro, feliz y contento.


Estaba atardeciendo, la luz era preciosa y la magia de los masai nos envolvió por completo. Os dejo un par de fotos que me hizo David. La primera es con Susana, que no podía entender que nosotras no tuviéramos niños todavía.
 

 
 
 La segunda es con mi rafiki (amiga), la primera niña que se atrevió a darme la mano, y que no me soltó ni un segundo desde entonces.



La realidad superó a mi imaginación.

jueves, 4 de octubre de 2012

primeras noticias desde África


Parece mentira que haga ya casi una semana desde la primera entrada, ¡no he parado ni un segundo desde entonces! Y la verdad es que, desde que he empezado este camino, la suerte no para de sonreírme :)

El viaje fue lo peor, quizá, muy largo y con el agravante del cansancio y los nervios acumulados, pero aún así conocí gente muy interesante en el vuelo de Amsterdam-Kilimanjaro, y cuando por fin pisé suelo tanzano (y conseguí el visado, que menuda historieta), los miedos se evaporaron por completo y sólo podía pensar ¡lo he conseguido!

Llegué a Kilimanjaro Internacional Airport el jueves por la noche, y pasé la noche en Moshi, un pueblo-ciudad cercano. Hasta el viernes no pude llegar a Same y conocer mi nueva casa, la oficina y a los compañeros, que por cierto, son majísimos. La casa es muy bonita y en particular mi habitación es bastante grande. Vivo con Roberto, el otro español que está aquí con ISF. Justo al lado están la oficina y la casa de Médicos del Mundo, así que tengo otra vecina española que se llama Begoña ¡Buena compañía!  

Después de ver la oficina y demás, me fui con Marco (el otro cooperante que estaba aquí pero que se fue el sábado) y con Elena (otra chica de Médicos del Mundo que estaba aquí por unos días) al mercado Masai. Por supuesto nos miraban muchísimo, "wazungu (blancos) en nuestro mercado", pero fue una experiencia muy bonita, mucha gente se acercaba a saludarnos y a hablar con nosotros. Por lo que he comprobado, el saludo aquí es una cosa muy importante, tienen muchas maneras de saludarse dependiendo del contexto y de la edad de la persona a la que saludas, y además pasan bastante rato dándose la mano y preguntándose qué tal, qué tal la familia, los amigos, la casa… ¡Todo un ritual! Así que el mercado resultó ser el sitio perfecto para que me dieran las primeras lecciones de swahili, y además aproveché para comprar unas sandalias típicas masai, ¡muy cómodas a pesar de estar hechas con neumáticos! 

Acabamos el día en Moshi de nuevo, para salir un poco por allí y despedir a Marco… Fue una noche muy divertida, bailoteando y jugando al billar (como veis, ¡¡las cosas no son tan distintas aquí!!).  

El sábado me fui con Begoña y Elena directamente desde Moshi (el resto volvieron a Same) a hacer una ruta por la falda del Kilimanjaro. La idea era entrar en el Parque Nacional, pero, a pesar de que todo aquí es muy barato (ayer comí por 0,75 euros), los parques son carísimos, así que no nos mereció la pena pagar para unas cuantas horas y acabamos en unas cataratas que había cerca, pasando un día precioso y relajado :)  También tuvimos la suerte de ver el Kilimanjaro despejado (por lo visto es muy difícil, casi siempre está cubierto de nubes).



Por la noche quedamos con los expatriados de Moshi para tomar algo, y a la mañana siguiente (¡¡¡¡día de mi cumple!!!!) decidimos acercarnos al Lago Chala a ver elefantes. ¿Qué os parece que pueda decir “me voy a ver elefantes aquí al lado”? porque a mi no deja de sorprenderme jeje. Al final no vimos elefantes (nos dijeron que se habían marchado a Kenya), pero vimos monitos pequeños y un montón de babuinos, además de bañarnos en el lago disfrutando de un paisaje alucinante.




Por la tarde volvimos a Same y decidimos preparar pasta carbonara con setas para la cena (gracias Mery por la receta ^^). En mi barrio aquí hay bastantes niños preciosos y graciosísimos, que a menudo vienen a saludar, a jugar y a veces algunos están con nosotros en casa. Os cuento esto porque en la cena de mi cumple tuve un invitado de honor de 11 años :)  ¿ya vais notando por qué estoy tan feliz aquí?

Y finalmente llegó el lunes y mi primera semana de trabajo :) Estoy participando en la identificación de un proyecto de desarrollo en los pueblos que rodean la Reserva Natural de Chome. En pocas palabras, se quiere presentar un proyecto para conseguir una financiación, y para ello hay que identificar primero las necesidades de las comunidades que engloba dicho proyecto. Para ello, el lunes estudiamos las posibilidades de trabajo y los datos que sería necesario recopilar en las comunidades, y martes y miércoles hemos estado en terreno, reuniéndonos con los líderes de las comunidades para que nos explicaran de primera mano qué problemas tenían.  Es toda una oportunidad poder participar en esta fase del proyecto, estoy aprendiendo muchísimo, y además el viaje ha sido alucinante, porque la Reserva de Chome es un bosque gigantesco y precioso, así que podéis imaginar que paisajes y que pueblos tan alucinantes he visto. También es genial poder relacionarte con la gente de otros lugares y ver su punto de vista, y como me estoy esforzando mucho en aprender swahili, he aprovechado para ir peguntándole el nombre a los niños, la edad, y “¿cómo se dice….?”. ¡Os dejo una fotito de lo que nos encontramos por la carretera!

 
Y otra del super paisaje:



Hoy hemos estado en la oficina, intentando plantear los resultados, y es muy enriquecedor porque trabajamos con socios locales así que estoy viendo de primera mano como funcionan las cosas aquí, las ideas que es posible desarrollar y las que no considerando el contexto del lugar, etc.

Como veis, no me aburro ni un segundo y por ahora la experiencia está siendo indescriptible.

Intentaré escribir más a menudo para hacer entradas más cortitas y fáciles de leer, porque si habéis llegado hasta esta línea os tengo que dar la enhorabuena y las gracias :P 

Asante sana (o gracias, como vosotros queráis)